miércoles, 28 de enero de 2015

La última vez en Anllares

Es un día soleado de septiembre. Aparcamos el coche en la plaza justamente abajo del restaurante. Ayudamos a mi suegro Pedro salir del coche. Va difícil.  ‘Ay, qué coño,’ murmura.  Mi suegra lo mira moviendo la cabeza. Cuando Pedro  por fin está de pie y con ayuda de su bastón sabe mantenerse en un equilibrio inestable, mira a su alrededor. Sus ojos empiezan de brillar, algo que no pasaba frecuentemente los últimos días.

Con su bastón apunta hacia las casas arriba en el pueblo. ‘¡Allí vamos! ¡Allí vivía!’ Paso por paso, en una mano su hija y en otra su bastón, va subiendo. Los seguimos abrazados mi suegra y yo; ella también necesita apoyo cuando anda. Por suerte no está lejos. Anllares del Sil es un pueblín entre los montes al oeste del río Sil. La gente vivía de las minas, de la ganadería y de sus huertas. Ahora muchas casas están vacías, aunque menos que en pueblos semejantes. Justo al lado del pueblo hay un central eléctrico que da vida al pueblo.

Mi suegro empieza de contar. Muchas anécdotas ya conocemos, pero obtienen aquí en el sitio donde tuvieran lugar una dimensión extra. Sobre los maquis que después de la guerra se mantenían en los montes y a veces bajaban al pueblo para obtener comida. Sobre la represión de los franquistas. Sobre quién vivía dónde y tenía cual profesión. Cuando el cansancio empieza, andamos lentamente hacia el restaurante.

Normalmente mis suegros son bastante críticos cuando visitamos un restaurante. Pues, la comida en casa es casi siempre mejor. Esta vez es diferente. ‘¡Por fin una comida decente en un restaurante!’ dice mi suegro después del primer bocado. Y poco más tarde: ‘¡Esta es una chuleta como dios manda!’ Con la camarera y el cocinero, los dos dueños del restaurante, intercambia información sobre las familias que viven o vivían en el pueblo.

Después de la comida hacemos otra caminata. El tictac de su bastón resuena entre las viejas casas. Pasamos el viejo molino y subimos a la casa de su prima, el último miembro de la familia que sigue viviendo en Anllares. Casi tan mal de pie como su primo sale de su casa hacia afuera para saludarnos. Hablan sobre los miembros de la familia. La muerte, las enfermedades y los defectos físicos desempeñan inevitablemente un papel importante en esta conversación. El despedido es conmovedor. 

Pedro parece incansable. Otra vuelta por el pueblo quiere hacer. Se dirige a cualquier paisano; casi siempre conocen a su familia. Después de un rato mis suegros se sientan en un banco. ‘Ven con el coche hacia aquí,’ dice él, ‘ya es tarde; vamos a casa.’ Cuando los acercamos con el coche, vemos que otra vez están hablando con una pueblerina. Le instalamos con dificultades en el coche. ‘Ay, qué coño,’ suena. Mi mujer pone el coche en marcha y lentamente salimos del pueblo.

En los meses tan difíciles que vendrían después, muchas veces hablamos con nostalgia de esta última visita a Anllares del Sil.