martes, 21 de enero de 2020

No tan Greta

En el tren de Ponferrada a Irún
Es el miércoles 11 de diciembre de 2019. Estoy en el tren de Ponferrada a Irún. La idea es que dormiré en Irún en una pequeña pensión baratísima y viajaré mañana con el TGV (el tren de alta velocidad) a París y después con otro tren de alta velocidad a Ámsterdam. Un viaje largo, tal vez, pero lleno de romanticismo y con pocas emisiones de CO2. De todos los holandeses mayores de 60 que vive en El Bierzo, soy sin ninguna duda el más Greta.

En si mismo me gusta viajar en tren. Se puede leer, mirar por la ventana, echar un sueñito y de vez en cuando pasear en el tren y mientras tanto pedir en el bar una cervecita. De momento miro por la ventana. El terreno montañoso de El Bierzo ha hecho sitio a la meseta con una luz casi holandesa. Hay muchas rapaces aquí. Ya vi varios milanos y busardos.

Ya desde muy joven el tren desempañaba un papel importante en mi vida. Porque mis padres no tenían coche, íbamos en los veranos con tren a la costa en el oeste o a los bosques en el este de Holanda. Después venían las vacaciones de Interrail con los amigos del instituto. Viajamos por Yugoslavia desde Ámsterdam a Atenas y de vuelta por Italia. También íbamos varias veces por Francia hacia España. En uno de eses viajes encontré en Galicia a una chica joven de El Bierzo, que unos 30 años más tarde sería mi esposa.

En Holanda solía viajar en tren al trabajo. Como profesor de economía resultó ser bastante eficiente trabajar para un business school con departamentos en varias ciudades holandeses. Así podía dar exactamente las mismas clases con exactamente las mismas bromas a estudiantes en Ámsterdam, Róterdam, Utrecht y Arnhem. Aunque en Holanda quejarse de los trenes es un deporte nacional, casi nunca llegué demasiado tarde para mis clases. Solamente de vez en cuando tuve que cancelar clases, por ejemplo por una tormenta o una huelga.

La palabra huelga en este curso de pensamientos me hace coger mi móvil. A ver si hay noticias sobre la huelga de los trenes en Francia. Nada. Todo parece normal.

En Irún
Estoy en Irún en mi habitación. Cuando llegué, la lluvia caía con estrépito del cielo. Rápidamente corrí por las calles mojadas en busca de la pequeña pensión baratísima. Gracias a Google maps en el móvil casi nunca se puede perder, lo que es quizás menos romántico pero mucho más práctica. La pequeña pensión baratísima resultaba ser estupenda. Una cama, una habitación fea pero limpia y una ducha. En un bar cercano comí un plato de pasta mientras veía un partido de fútbol en la inevitable televisión. Me voy a acostar pronto.

En el tren de Irún a Ponferrada
Es el jueves, 12 de diciembre. Estoy otra vez en el tren, pero en la dirección opuesta. El día empezó tan bien, a pesar de la lluvia. Tuve un desayuno en Irún con tostadas con aceite, cogí un tren regional para pasar la frontera hacia Hendaya, seguido por una caminata corta para ir a la estación de los trenes de larga distancia. Allí casi no había nadie. Una pancarta grande colgaba en una pared con un texto lleno de palabras como huelga, pensiones y solidaridad. Desde luego sabía que podría haber problemas, pero para hoy no habían anunciado nada. Llamé a la compañía ferrocarril holandésa, dónde había comprado mi billete. Tampoco tenían una solución, pero me ofrecieron de volverme el dinero. Busqué alternativos. Con autobús, por ejemplo. Casi imposible. Busqué vuelos, por si acaso. Había uno muy barato desde Santiago de Compostela el lunes. Y este solamente por 45 euros, la mitad del precio de mi billete de Irún a Ámsterdam.

Y ahora estoy en el tren de vuelta a Ponferrada. Voy a pasar un fin de semana en casa. El lunes a volar. Tal vez no sea tan Greta como pensaba.
Irún, el 12 de diciembre muy pronto por la mañana