lunes, 22 de junio de 2020

¡Me gustó!

Ya ha llegado el calor del verano. Estamos cenando en nuestra terraza cuando mi mujer me pregunta:
'¿Cuál fue tu experiencia de vacaciones más especial de tu vida?'
Mientras pienso en la respuesta, miro hacia el cielo rojizo encima de la montaña. El mirlo abajo se despida de este día otra vez tan bonito con una canción llena de melancolía. Todavía no seguro de mi respuesta, tomo un sorbito del vino berciano. La verdad es que este momento mismo entra en consideración, pero no estoy de vacaciones. Vivo aquí.
'Creo que fue el viaje con tren desde Barcelona a Vigo en 1983.'
'¡Pero eso fue sin mí!'
Lo dice con indignación simulada.
'Era sin ti, pero con rumbo a ti. Unos días después nos encontramos por la primera vez en aquel camping en la costa atlántica.'

¿Qué hacía que este viaje con tren era una experiencia inolvidable? Hacíamos interrail, mi amigo Wybe y yo. Cuando nuestros amigos catalanes nos dijeron que había una fiesta grande en Pamplona y que teníamos que visitar Galicia, no dudamos mucho y cogimos el tren nocturno de Barcelona a Pamplona. Era un momento memorable cuando salimos con nuestras mochilas de la estación de Pamplona y entramos en una multitud festiva. Resistimos la fiesta durante cuatro días. Después decidimos que, por razones de salud, sería mejor cambiar el festejo en honor de San Fermín por la tranquilidad de la costa gallega.

El tren hacia Vigo estaba bastante lleno y no teníamos asientos reservados. Pero el revisor tenía una solución. En cada estación salía y subía gente, por lo cual siempre pudimos sentarnos, aunque sea cada vez en otro asiento. Era maravilloso. La mayoría de las veces no nos sentamos juntos, por lo cual teníamos que conversar con las pocas palabras españolas que sabíamos con los pasajeros que estaban al lado o enfrente de nosotros. Era gente de todas las regiones del norte de España. Gradualmente nosotros mismos nos convertimos en una atracción turística. En cada estación había alguien que dijo: ´¡A ver dónde los chicos se van a sentar ahora!’ Durante este viaje tomé tres decisiones importantes. Iba a aprender hablar castellano. España sería en el futuro mi destino de vacaciones preferido. Y la próxima vez tendría que traer más camisetas limpias.

'¿Después hiciste este viaje varias veces más, verdad?'
'Cierto. Pero nunca más era tan especial, quizás porque reservaba mi asiento. Y los tiempos cambiaban. Yo me volvía más maduro y también en el norte de España un guiri era cada vez más un fenómeno normal. Pero aquella vez cuando mi castellano torpe causó un malentendido vergonzoso nunca voy a olvidar.'
'¡Cuéntamelo!'

Era uno años después, cuando viajaba solo. Tomé el tren nocturno de Barcelona a Ponferrada. Cuando entré en el compartimiento había un chico, más o menos de mi edad. Intentamos una conversación. Cuando sabía que era holandés, me dijo que había estado en Ámsterdam. Moví mi cabeza entusiasmado y pensé por un momento como podría preguntarle si le había gustado la ciudad. Un problema para guiris de la gramática española es el verbo gustarse, porque lo que te gusta es el sujeto de la frase, como en: me gustan las patatas. Vale, en el tiempo presente ya manejaba bastante bien esta construcción, lo que no era exactamente el caso en el tiempo pasado. Pues, miré al chico y pregunté:
'¿Te gusto?'
Se ponía un poco nervioso, parecía, y dijo que no me entendía bien, por lo cual repetí varias veces la pregunta hablando tan lentamente y claramente como posible:
'¿T e  g u s t o?’
Era entonces cuando el tren paró en una estación y entró, para alivio del chico, otro pasajero. Más tarde aprendí que mi pregunta solamente tenía un error en el énfasis. ‘¿Te gustó?’ hubiera sido perfecto. Pues bien, aparentemente no le gusté demasiado.

Ana ríe con ganas de mi anécdota. Mientras tanto la noche ha hecho su aparición. El silencio es beneficioso. Echamos por la última vez el vino en nuestras copas y brindamos por todos los viajes que hicimos y por todos los viajes que, según esperamos, vamos a hacer después de la coronacrisis.

Foto: Ana Fernández