En los años
ochenta estudié ciencias políticas en la Universidad de Ámsterdam. Todavía
considero a algunos compañeros de entonces como mis mejores amigos. Ninguno de
ellos se ha convertido en un político, aunque no faltan partidos políticos en
Holanda. En Holanda no conozco personalmente a alcaldes, concejales o
parlamentarios. Utilizamos lo que aprendimos en la universidad sobre todo para
largas discusiones sin sentido en las cantinas de fútbol, bares y restaurantes
y pretendíamos ser demasiado libre de mente para conformarnos con ninguno partido
o ideología. Dejamos la política activa a los de veras idealistas de y a los
políticos de carrera y constatamos que muchos de los primeros terminaban siendo
políticos de carrera.
En España
conozco personalmente a muchas personas activas en la política. Por ejemplo,
conozco a dos alcaldes. Tiene que ver con la pequeña escala del sistema
administrativa en España. Todos los pueblos tienen su alcalde y concejales, que
hacen sus tareas para su pueblo al lado de su trabajo normal. Los hay de todas
clases. Hay desde los notorios caciques que no quieren cambiar nada hasta los
entusiasmados que de veras hacen todo lo posible para el interés de su pueblo.
Un ejemplo de esta última categoría veíamos durante la bien organizada fiesta
de San Juan en el pueblo Balboa. El alcalde excéntrico subió en media noche la
escena en un buen estado festivo para hacer un discurso extraño, lo que
finalizó repitiendo rítmicamente: ‘Animal, mineral, vegetal; animal, mineral,
vegetal’.
Pero también
en una ciudad como Ponferrada hay mucha gente activa en la política. Hay los
que estaban en una lista de un partido porque se lo pidió un amigo para llegar
al número mínimo de candidatos. Seguramente también debe haber personas que por
ideales están activas en un partido. Pero en la mayoría de los casos tengo la impresión
que el motivo principal para ser miembro es el puro interés propio. Para
empresarios pequeños puede ayudar mucho si tienen amigos o familiares en un
partido. Puestos de trabajo en empresas (casi) estatales como los museos, los
Paradores, La Telefónica y las cajas de ahorros son más fácilmente obtenibles
para los amigos de los políticos. Hasta hay una palabra especial para este
fenómeno: el enchufe. Y para los empleados de la administración su puesto está
más seguro si son miembros de un partido o un sindicato, lo que sobre todo se
nota hoy día con todos los recortes que tienen lugar. Lo extraño es que la
animosidad normal entre los dos partidos parece desaparecer en estos casos; se
sabe que la próxima vez el otro partido puede reinar, entonces, mejor quedar
amigos. A veces España parece un poco a un país comunista; ser miembro del
partido es fundamental para la carrera. Por suerte hay varios partidos, no
estamos viviendo en una dictadura. Pero lo que si pasa cuando estamos hablando
en un bar sobre el clientelismo, los enchufes y la corrupción, es que el
volumen de las voces baja y a veces se mira alrededor para ver si no alguien está
escuchando. Es sorprendente.
Casi no hay
españoles que están de acuerdo con la cultura de enchufes y clientelismo. En
las encuestas donde se debe indicar lo que es la mayor preocupación ‘la clase
política’ sale como número tres, solamente vencido por ‘desempleo’ y ‘problemas
económicos’. Es muy difícil cambiar una cultura. A veces es una cuestión de participar
o ser vencido. ¿No tenemos que actuar? ¿Probar de cambiar los partidos por
dentro? Ay, no me apetece nada. La verdad es que prefiero dar mis opiniones
desde la barrera sin conformarme con ningún programa o ideología. ¿Quizás el
lector está más idealista?
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