¿Cuántas veces
he estado en Barcelona? Es difícil saberlo. La primera vez fue en 1982. Interrail.
Nunca en mi vida olvidaré el momento en el cual mis amigos y yo, después de un
largo viaje por la noche, llegamos en un tren repleto que se tambaleaba. Nos
asomamos a las ventanas y vimos pasar los barrios caóticos de las afueras de
Barcelona bajo el sonido rítmico de las ruedas sobre les railes y las señales frecuentes
de la flauta de vapor. Bajamos en la Estación de Francia y miramos todo con
asombro. ¡Qué ciudad!
Fue mi primer
viaje a España. Muchos siguieron, pero casi nunca sin pasar por Barcelona. Allí
nuestros amigos catalanes nos mostraron los rincones escondidos de la ciudad.
También nos daban avisos valiosos sobre cómo continuar el viaje de interrail.
Sobre un mapa de España escribieron en frente de la costa de Galicia: ‘Pulpo,
Islas Cíes, Ribeiro, Baiona’ y una semana después estuvimos tomando pulpo con
un vaso de ribeiro en el bar O Buraquiño en Baiona después de una excursión con
barco a las Islas Cíes.
A lo largo de
los años veía a Barcelona cambiar. Sobre todo después de los juegos olímpicos
de 1992. Los barrios donde vivía la gente marginalizada desaparecieron y fueron
substituidos por barrios con viviendas modernas. Nuevos edificios altos cambiaron
la silueta de la ciudad de manera espectacular. Cada vez que visité Barcelona
pasé por la Sagrada Familia para ver si habían añadido algo. En los años
ochenta la construcción iba lentísima, pero en los noventa había una
aceleración. En la actualidad la catedral de Gaudí casi está terminada. Casi es
una lástima.
Y ahora Ana y
yo estamos paseando en el boulevard cerca de Port Olímpic en el último día de
esta semana de vacaciones demasiada corta. Este parte de Barcelona se ha
convertido en una mundana ciudad de la playa. Otro aspecto de la ciudad más.
Esta semana ya vimos que las calles alrededor del Museu d’Art Contemporani en el
barrio del Raval se habían vuelto en un centro para la Barcelona artística con
muchos atelieres y restaurantes estilosos. Unas calles próximas están llenas de
pequeñas tiendas y restaurantes filipinos y pakistaníes. El barrio distrito@22,
cerca de donde andamos ahora, nos mostraba la Barcelona moderna con muchas
pequeñas empresas tecnológicas y creativas. Barcelona se muestra cada vez más
dinámica y cada vez más internacional.
Aunque existe
también otra tendencia. Mientras seguimos caminando por el boulevard hablamos
sobre las frecuentes discusiones que habíamos tenido esta semana sobre la
cuestión catalana. En casi cada encuentro surgió el tema. La crisis parece
haber agudizado los contrastes nacionales. Los catalanes se sientan mal vistos
en España, mientras son ellos que pagan relativamente más impuestos. Me
contaron que durante partidos de fútbol de Barcelona fuera de la casa la gente
animaba el otro club gritando: ‘¡España! ¡España!’ Cuando al principio de esta
semana el equipo nacional de España ganó de manera tan sublime el final de la
copa europea, los catalanes subrayaban que la mitad del equipo provenía de
Barcelona. ‘Pero no todos los jugadores de Barcelona provienen de Catalunya,’
respondí. En general, el nacionalismo, sea español, catalán u holandés, no me
gusta mucho. Casi nunca traía algo bueno, como sabemos en Holanda con estos
partidos populistas casi absurdos. Hace poco había un partido holandés que se
llamaba ‘Orgulloso de Holanda’, como si donde has nacido es un logro y no una
casualidad.
Mientras continuamos
caminando lentamente por el boulevard lleno de ciclistas, skaters, joggers y
grupos adolescentes en busca de adolescentes del otro sexo, empezamos a tener
un poquetín de sed. Decidimos tomar una cervecita en el próximo chiringuito. De
pronto Ana grita asombrada: ‘¡No me lo puedo creer!’ ‘¿Qué?’ ‘¡Mira! ¡Este
chiringuito se llama El Bierzo!’ Ahora yo también me entusiasmo. ‘¿Cómo es
posible? ¡Quizás tienen vinos del Bierzo!’ ‘O pimientos asados con cecina o
chorizo de Molinaseca,’ dice Ana cada vez más alegre. ‘¡O botillo!’ exagero.
‘Ja, ja,’ ríe Ana complaciente. Bajamos a la playa y nos sentamos en una
mesita. Un camarero que parece africano viene a nosotros. ‘Hola, nos gustaría
tomar algo del Bierzo,’ le digo.
Acabo de descubrir tu blog después de veros a Ana y a ti en TV.
ResponderEliminarMuy interesante.
Te seguiré,
Blanca