Acabo de hacer
footing al lado del rio Sil. La verdad es que empecé un poquetín demasiado
tarde; ya eran casi las diez de la mañana, y esto tiene sus desventajas. Ya
hace calor, las mangueras están puestas (aunque en verano puede ser una
ventaja) y ya hay muchos perros al lado del río. Esta vez también. Justamente cuando
quería empezar una aceleración final, vi a un pitbull suelto. En España estos
animales todavía están permitidos. Inmediatamente paré de correr y en una curva
amplia pasé lentamente al perro que ni siquiera se parecía dar cuenta de mi
presencia. No confío en estos perros que están criados por su agresividad y fortaleza.
Quizás son los dueños en quien no debes confiar. Aunque conocí una vez a un
pitbull muy especial.
Esto fue en
los años ochenta en Ámsterdam. Vivía entonces en una pequeña vivienda en una
calle cerco del centro que sobre todo era atractiva para mí por su renta tan
baja. Primero como estudiante y después como trabajador al tiempo parcial nunca
tenía mucho dinero. Desde luego las rentas tan bajas también atraía a otras
personas de las ‘escalas bajas’ de la sociedad. Tenía por ejemplo un vecino
psicopático y mi vecina de abajo era la yonqui más vieja y famosa de Ámsterdam,
cuya muerte apareció en las noticias de la televisión local. Todos vivíamos
allí juntos bajo el lema: vive y deja vivir. Mi vecina de al lado en el primer
piso era una mujercita delgada y pequeña que había vivido allí desde su niñez.
Cuando estaba de viaje ella solía recoger mis correos. Tenía una hija de unos
veinte años que vivía en el cuarto piso. Esta hija y su novio (que en holandés
llamaría un coffeeshop tipo) decidieron dedicarse al aparentemente lucrativo
negocio de criar pitbulls. Por esto podía pasar que, cuando estabas subiendo la
escalera hacia tu piso, oías abrir una puerta arriba después de lo cual sonaba
el sonido como si saltara un alud de piedras. Esto significaba que cuanto antes
tendrías que entrar en tu piso o salir hacia afuera, lo que sea más cerca,
porque allí venía toda la familia pitbull que retumbaba hacia abajo: padre,
madre y al menos seis cachorros.
Supongo que el
negocio de los pitbulls no era tan exitoso como creían. Las leyes holandesas
alrededor de la posesión de estos animales se agudizaban y cuando era
obligatorio castrar a los pitbulls machos la raza gradualmente desaparecía de
la escena callejera de Ámsterdam. Mientras tanto, padre pitbull, castrado y
todo, se había mudado. Su mujer y sus hijos estaban mordiéndole todo el tiempo
sin que él hiciera nada para evitarlo y por eso la hija de mi vecina, tan
cariñosa ella, decidió regalar el animal a su vieja madre. Desde luego al
principio a mí no me apetecía nada tener un pitbull como vecino de planta, pero
lentamente cambié de opinión. Cuando pudiera, Sully (Sul es bobo en holandés;
su nombre de veras era Sultar) entraba en mi piso para jugar o buscar caricias.
Era uno de los perros más cariñosos que he conocido en mi vida, aunque tenía
esta fuerza tan típica de un pitbull. Cuando jugamos en la calle con una pelota
de tenis saltaba casi dos metros para coger la pelota en sus mandíbulas
poderosas. Después ponía la pelota a mis pies, pidiendo con gemidos como un
cachorro que empezara el juego otra vez.
Una vez,
cuando volví de unas vacaciones en España sin duda, llamé a la puerta de mi
vecina para recoger mis postales que ella guardaba tan meticulosamente. No
respondió. Otra vez golpeé la puerta y oí a Sully resonar nerviosamente al otro
lado de la puerta. Era extraño. Mi vecina nunca salía su casa sin su perro.
También pensé oír su voz. Probé la palanca, abrí la puerta y grité: ‘¡Hola!’ Mi
vecina se mostraba en la puerta de su habitación, completamente desnuda, con
espuma en sus labios. Se tambaleaba hacia una mesa en la cual estaban mis
postales, mientras Sully anduvo nerviosamente alrededor de ella. La ayudé hacia
su cama y dije en pánico: ‘ ¡Voy a llamar a la ambulancia, no te preocupes!’
Cuando salí de su habitación miré una última vez hacia detrás. Sully se había
puesto encima de la mujercita para protegerla, parecía, sus dos pies sobre sus
hombros. Era la última vez que los veía.
Unos días
después encontré a la hija en la calle. Me contó que su madre ya estaba en coma
y no iba a vivir mucho más. ‘¿Y el perro?’ no pude evitar preguntar. Pues,
había considerado adoptar al Sully aunque la posesión de un pitbull no era exactamente
compatible con mi estilo de vivir. ‘Ya está matado,’ dijo, lo que me llenó con
una mezcla de tristeza y alivio.
Y esta mañana,
cuando anduve sudado desde el río hacia la casa, de vez y cuando mirando hacia
atrás por si acaso, todos estos recuerdos emergían y pensé: ‘Sully era de veras
el perro más cariñoso que he conocido en mi vida, pero además opino que los
pitbulls deben ser prohibidos en todos los países.’
Buena historia y bien contada, dominas ya el español mejor que mucha gente de allí. Una cosa que me sorprende, ¿cómo es que se dieron tanta prisa en matar al pobre perro con lo amigos de los animales que son en tu país? Un saludo, y esperamos más crónicas sobre tus particulares vecinos del pasado.
ResponderEliminarUn pitbull ya era considerado como muy peligroso; casi nadie querría tener un pitbull. También las personas que antes tenían pitbulls habían perdido todo el interés por las leyes contra el pitbull. Pobre Sully.
EliminarEs la historia muy bonita, pero también se refleja en ella esa especie de descorazonamiento que se vive en Amsterdam, tú conocías a tus vecinos pero ni su hija, que vivía unos pisos más arriba, se daba cuenta que su madre se moría. ¡Qué triste esa deshumanización!.
ResponderEliminarY opino igual que el post anterior. ¿Tanta prisa por matar, por practicar la eutanasia al perro? Cuando yo vivía ahí leí y me contaron algún suceso de rapidez por eutanasiar a personas, me parece insensible y atroz.
Yo, definitivamente, me quedo en España
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarUn ataque de cerebro fue lo que tenía mi vecina, entonces la hija (que tenía mucho contacto con su madre) no sabía lo que pasaba.
ResponderEliminarNunca oí quejas de la rapidez de eutanasia en Holanda, con excepción de algún idiota del Tea Party en los EEUU que no parecía bien informado.