Andando por la
orilla del lago ya empezaba a echar de menos a mi vieja bici, aunque sólo fuera
por el peso de la bolsa en mi mano. Recuerdos surgían. ¿Cuando la compré? Ni
idea. Hace mucho. En esta tienda en la Calle de Haarlem. Una bicicleta nueva.
Por primera vez en mi vida. Antes siempre las tenía de secunda mano o las que
me construía de los restos de las viejas bicicletas que encontraba en la calle.
Por estar siempre afuera mis bicis sufrían por la lluvia y a veces por un robo.
A pesar de esto lo probé con esta nueva. Con tres cerraduras: dos grandes
cadenas y un pequeño integrado en la bici.
Era la mejor
bicicleta hasta aquel momento. Hacía largos recorridos, solamente por placer. En
la primavera a las praderas al norte de Ámsterdam para ver las avefrías y las agujas
collinegras, en el verano a las dunas y el mar y en septiembre a los brezales
en el este cuando se visten de flores moradas. Los sábados mi bici me llevaba a
los terrenos de futbol en los alrededores de Ámsterdam. También me llevaba al
trabajo con excepción de los lunes cuando trabajaba en Rotterdam a unos cien
kilómetros. Demasiado lejos para mi bici. Un lunes oía por la mañana en la
radio que habría un viento fuerte viniendo del sur. Tan feliz como un niño llevaba
mi bici en el tren, daba mis clases rápidamente y volví viento en popa, a toda
vela. Maravilloso.
Por el uso intensivo
noté lentamente el deterioro. La bici perdió velocidad y se volvía más y más en
una vieja bicicleta de la ciudad como tantas hay. Cuando se rompió la llave de una de las cerraduras,
no hacía falta comprar una nueva: dos cerraduras eran suficientes. Disminuyeron
las distancias que cubría. Una reparación urgente a la rueda de la cadena hacía
mi bici definitivamente más lenta. El día de la mudanza a Ponferrada mi bici
llevó las últimas piezas del hogar en dos bolsas al manillar y una maleta detrás
al trastero de mi tío en Osdorp.
Así, lleno de recuerdos,
llegué en la casa de mi tío ya seguro que no podía dejar mi vieja compañera allí
tan sola y triste en frente del supermercado. Volví y la llevé a un taller de
bicicletas. Allí aserraron la cerradura. La bici ahora está otra vez en el trastero,
esperando fielmente hasta su dueño la vuelve a visitar.
Muy bonito! De un espanol que vive en Utrecht!
ResponderEliminartodos dejamos atrás personas y cosas en los trasteros de la vida...a veces tenemos ocasión de abrirlos y mirar dentro...no siempre estamos a tiempo.
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