Este verano estuvimos en un camping en
Galicia, la región más bonita de España, pero esto no es lo que importa en esta
historia. Cenamos en un restaurante buenísimo, lo que causó varias víctimas
entre los animales del mar. Después anduvimos por las calles del pueblo bonito
hasta encontrar un bar agradable. Una última antes de dormir. El camarero era
joven y llevaba una camisa con dibujo de flores. ‘¿Qué queréis tomar?’,
preguntó jovialmente. Tuve un momento de duda. No tenía suficiente sed para una
cerveza, tomar un vino sin comer algo es un tabú absoluto en España, y ginebra
casi no hay. Pero eran vacaciones, entonces ¿por qué no? ‘¡Un whisky!’ respondí
entusiasmado. ‘¿De qué marca?’ era la pregunta lógica. La verdad es que casi
nunca tomo whiskys. Y en este momento no se me ocurrió ninguna marca, entonces,
para ganar tiempo, le pregunté: ‘¿Qué hay?’ El camarero me miró un momento
pensativamente. No conocía esta marca pero no quería admitirlo. Entonces dijo: ‘Kwai
no tenemos, pero si tenemos Johnny Walker, Jameson o Red Label.’
Está claro, mi castellano no es perfecto.
Sobre todo esta maldita pronunciación me da problemas. Hay sonidos que no
existen en holandés. Lo peor son la ‘z’ y la ‘c’ en una palabra tan sencilla
como ‘cerveza’. Se necesita pronunciar la ‘c’ y la ‘z’ en esta palabra con la
lengua afuera de la boca tocando el labio superior mientras se expulsa aire con
fuerza. Ni siquiera en holandés hago la diferencia entre la ‘s’ y la ‘z’. Es el
acento de Ámsterdam, dicen algunos. Es pereza, dicen otros. La verdad es que mi
lengua no se muestra cuando hablo castellano.
Hay más problemas. A veces estoy traduciendo
literalmente desde el holandés. Por ejemplo cuando pasa algo inesperado digo:
‘¿Qué pasa todo?’ Esta palabra ‘todo’ hace fruncir las cejas aquí en España. Lo
mismo pasa cuando digo por ejemplo: ‘Es muy bien posible’ o ‘Bastante mucho’. A
algunas personas, mujeres sobre todo, mi castellano les enternece. Mi mujer
Ana, por ejemplo, dice a veces cuando he traducido algo literalmente: ‘¡Por
favor, sigue hablando así, es tan riquín!’ En estas ocasiones me propongo
fastidiado no expresar esta frase nunca más. No quiero ser riquín. A mi edad.
Al otro lado, también hay ocasiones en las que dice con ojos llenos de
admiración: ‘¡Esto lo que has dicho ahora, qué poético suena!’ Esto pasa sobre
todo cuando pienso haber dicho algo muy banal, sobre el tiempo por ejemplo.
Aquí en Ponferrada hay una camarera a quien le hace gracia imitar mi
castellano. Cuando le digo ‘Me gustaría pagar’ ella responde: ‘¿Te kustaría
pakar? Es muy bien posible. ¿Dos serbesas? Son dos sinkwenta euros.’
Últimamente no frecuento este bar.
Lo peor son las situaciones en las que hay
personas que ya están convencidas de que no entiendo nada y por esto no se
dirigen a mí directamente. Por ejemplo, esta mañana encontramos a una vecina en
el mercado. Ninguneándome preguntó a Ana: ‘¿Qué tal él en El Bierzo? ¿Le
gusta?’ Como se puede preguntar a una madre que tal está su niño al que lleva
de la mano. Me defendí inmediatamente diciendo: ‘Lo tengo aquí estupendamente a
mi gusto.’ Es una traducción literal de holandés. Por enfadarme olvidé
completamente todo lo que aprendí el último año. La vecina miró a Ana un
momento confusamente antes de decir muy amablemente: ‘Ya habla bastante bien el
castellano.’ Y tenía razón, desde luego. Bastante mucho.