domingo, 13 de enero de 2019

Las campanadas

Aún antes de servir el postre, encendieron la televisión. En la pantalla vimos, como tanta otra gente en España, la Puerta del Sol, donde una muchedumbre se había colocado alrededor de la torre con el carillón. Una presentadora mitad desnuda pretendía estar entusiasmada con el momento que estaba a punto de llegar. Todos teníamos una tacita con uvas en la mano. Ya había comida la mitad de las mías a escondidas. Es una costumbre un poco extraña, esto de comer una uva con cada toque de campanada. Y no sin peligro, sobre todo para los niños y los mayores. Pues bien, en comparación con Holanda es una manera de inaugurar el año nuevo muy segura, pacífica y barata. Allí, toda la gente sale a la calle con petardos y cohetes en los cuales algunos gastan cientos de euros. Cada año hay heridos, sobre todo con lesiones en los ojos y las manos. Prefiero las uvas, la verdad, aunque no creo que pueda ser una tradición muy antigua. Por cierto, no solía haber uvas en diciembre, ¿verdad? Pero no era el momento para una opinión de un guiri. Las campanadas ya sonaban. Muy fácilmente comí las seis uvas que me quedaban a cada dos campanadas. Misión cumplida. Esta vez podría intercambiar los besos de felicitación del año nuevo sin la boca llena de los restos de las uvas.

Era una buena idea elegir el restaurante La Central para celebrar el año nuevo. Mi mujer Ana ya había organizada aquí una fiesta de sorpresa para mi cumpleaños de sesenta en octubre. Entonces la cena había sido muy buena, pero ahora era aún mejor y, sobre todo, más: había muchos platos, con marisco, pescado y carne. En Holanda se come muchísimo durante las fiestas, pero en España, creo, todavía más. Es que aquí todo viene doble; hay menús festivos tanto para las comidas como para las cenas. Hay la cena de noche buena, la comida de Navidad, la cena de Navidad, la cena de noche vieja, la comida y la cena del año nuevo. Y después, cuando los holandeses ya todos están volviendo a la rutina normal, viene Tres Reyes, una fiesta que no se celebra en Holanda, con, desde luego, una cena el día antes y una comida y cena en el día mismo. No me extraña nada que comer menos y moverse más son los prepósitos del año nuevo más comunes.

Pues bien, para prepósitos ya no había llegado el momento, allí en el restaurante. Nos sirvieron el postre. Después nos regalaron sombreros de fiesta, cornetas de papel y guirnaldas. Globos flotaban por la sala. Ponían música de disco de los años setenta. Por un rato todos volvimos a ser pequeños niños en una fiesta.