sábado, 16 de enero de 2021

Encontrarse a sí mismo

Ocurrió en El Pajariel la semana pasada. Durante una hermosa caminata invernal llegué a un bosque de pinos donde una bandada de mitos, estos pajaritos tan bonitos con las colas largas, volaban charlando entre los árboles. Un corredor sudoroso subió corriendo, enviando a los mitos a las ramas más altas. El corredor no se dio cuenta de esto; la vista sobre el infinito y la mente en blanco. Confieso que en ese momento pensé: "¡Qué idiota!"

Inmediatamente comencé a razonar esta línea de pensamiento tan negativa. ‘Ese tío es ciego a la naturaleza que le rodea; no puede ser sano jadear tanto.’ Pero, para ser honesto, fue solo hace unos años que yo mismo corría cuesta arriba en El Pajariel, mientras los caminantes tranquilos me miraban moviendo la cabeza despectivamente.

Por cierto, no quiero ser como el apóstata que, una vez liberado de su religión o ideología, no hace nada más que denunciar lo que él mismo ha profesado con tanta diligencia. O alguien que, después de años de fumar o beber alcohol, de repente se convierte en un predicador fundamentalista del estilo de vida saludable. Correr por la montaña es maravilloso. El esfuerzo físico disipa los pensamientos negativos. A veces en la cadencia de los pasos se llega a conocimientos profundos. Construyes perseverancia. Aprendes a conocer tus límites.Te encuentras a tí mismo.

Pero ya no haré nunca más trail running, como se llama correr por senderos de montaña hoy día. Como máximo correré un poco en el parque junto al río, tan pronto como los caminantes puedan volver a salir sin llevar mascarilla y no me sienta tan culpable mientras hago eslalon entre ellos con la cara descubierta, jadeando y sudando.

Fue la lesión de rodilla seguida por el largo período de inactividad forzada durante el confinamiento lo que terminó con mi carrera como trailrunner. Una pena, porque quizás era el único deporte para el que parecía tener algo de talento. Pero hay muchas otras cosas que hacer. Afortunadamente, la falta de talento nunca me ha impedido hacer nada.

Eso significa que en 2019 participé en mi última carrera de montaña. Era el del hermoso pueblo de Balboa en Los Ancares, la sierra al noroeste de El Bierzo. Magnífico. Corrimos a través de bosques, a lo largo de arroyos, a veces a través del lodo de tal arroyo. Pero el trayecto siguió yendo cuesta arriba y cuesta abajo. Cuando llegué a la penúltima parada, exhausto y ya con el dolor en la rodilla derecha, pensé que casi había llegado. Pero la gente que daba las bebidas a los corredores me indicaron con el dedo cómo proceder. Empinada hacia arriba. Bebí algo de un vaso de plástico preparado que resultó contener Aquarius muy dulce y helado en lugar de agua. Personalmente, creo que esa fue la causa de mis náuseas posteriores. Mis amigos dicen que fue el trayecto, que, al fin y al cabo, era demasiado largo y duro para mí, y que no debería haber celebrado mi llegada con unas cervezas. Cuando hicimos fila con todos los demás corredores para una porción de paella preparada en una enorme paellera, vomité dos veces seguidas. Y en el camino de regreso, cuando mi amigo Simon tuvo que repostar, unas cuantas veces más al lado de la gasolinera. Cuando llegué a casa, me fui a la cama y duró unas horas hasta que era capaz de comer algo. Sin embargo, fue un día fantástico. Pero también fue el día en el cual, sin saberlo, me despedí de correr por la montaña. Creo.