viernes, 19 de noviembre de 2021

La mascarilla perdida

¿Qué me hizo subir El Pajariel el sábado pasado por la tarde? Pues, no es difícil de contestar: el tiempo maravilloso. Toda la mañana Ponferrada había estado cubierta por una niebla espesa, por lo cual la temperatura permanecía ridículamente baja. Solo a mediodía el sol se mostró. Después de la comida, con el estómago demasiado lleno, decidí salir.

Fue realmente estupendo. Varias veces me detuve para hacer fotos del paisaje a contraluz con el sol ya tan bajo. Eso resulta a veces en efectos bonitos a pesar de la baja calidad de la cámara de mi móvil. 
Cuando al regresar ya casi había llegado al puente sobre el río Sil, me di cuenta: ¡Había perdido mi mascarilla! Era mi mascarilla vieja de color morado, que suelo llevar conmigo cuando voy a hacer deporte, para ponérmela por si acaso tengo que ir por una calle transitada o voy a tomar algo en un bar.
 
Es sorprendente que mascarillas nunca han desaparecido del paisaje urbano, ni siquiera cuando ya no era obligatorio llevarlas. Quizás era porque seguían obligatorias para entrar en las tiendas o por el miedo que había provocado la primera ola, pero el hecho es que una gran mayoría de los españoles decidieron llevar mascarillas en casi todas las circunstancias para limitar al máximo la propagación del virus. Y con éxito, hasta ahora, aunque no sabemos lo que puede pasar este invierno.

Que en Holanda la mascarilla tenía muy poca popularidad, notamos el verano pasado cuando entramos con la nariz y la boca cubiertos en un supermercado en Ámsterdam y un dependiente nos informó amablemente que ya no eran obligatorias. Al aire libre el gobierno neerlandés nunca imponía mascarillas, porque pensaban que la gente podría perder la prudencia y olvidar de mantener la distancia. Si en Holanda se toma ese tipo de argumentos en serio, también voy a utilizarlos, por ejemplo, cuando ando por la noche con mi bici por Ámsterdam sin luz, porque otra vez la batería se ha agotado. ‘Pero oficial, ¿no sabes que andar en bici con luces puede provocar una confianza falsa? ¡Eso es muy peligroso!’

Desde luego, tener que llevar una mascarilla no es nada agradable, sobre todo para gente con gafas. Puedo elegir entre no ver nada por los cristales empañados o no ver nada por defecto ocular de -5. Y además hay la contaminación. Las calles y los senderos están llenos de mascarillas perdidas. A menudo me molestaba la gente con tanta negligencia.

Pero ahora yo mismo era uno de ellos. ¿Cuándo había sucedido? En este último sendero empinado donde había quitado la chaqueta, tal vez. La mascarilla estaba alrededor de mi brazo y debe haber caído allí. O quizás después, cuando de vez en cuando cambié la chaqueta de una mano a otra. En mi imaginación pude ver la mascarilla allí tirada, tan solita en este sendero poco frecuentado. Ya era demasiado tarde para volver. Por suerte tenía, como siempre, una reserva conmigo por si se rompía el elástico, como ya me había pasado una vez. Pero eso fue la primera vez que de veras perdí una.
 
Así que el domingo después, pronto por la mañana, volví a subir El Pajariel. Lo más que me distancié de Ponferrada, lo más densa era la niebla. De vez en cuando un sol pálido se mostraba. Desde cerca oí el susurro de los animales en la maleza. Hasta los eucaliptos, por algunos tan odiados por no ser autóctonos, adquirieron en la luz tan borrosa una belleza misteriosa. 
Donde me había quitado mi chaqueta el día anterior no encontré nada. Tenía que buscar un poco más allá, donde había elegido este caminito hacia abajo. Y allí estaba en el suelo mojado, luciendo muy morado. Afortunadamente, esta mascarilla terminaría en la basura, como debería. Satisfecho conmigo mismo, regresé a nuestro hogar cálido.