sábado, 25 de diciembre de 2021

Niebla y Sol

En una mañana fría de un lunes en diciembre decidí subir una montaña para llegar encima de la niebla. Esta niebla tan persistente que no parecía desaparecer nunca. Allí arriba esperaba tener una vista amplia sobre la manta lanosa que cubría Ponferrada, con en la distancia los picos nevados de las montañas que rodean El Bierzo. Pero no funcionó. También encima de la montaña la niebla reinaba. Como máximo el sol lograba acariciar las copas de los pinos.

Un poco aterido por el sudor frío en mi espalda empecé el descenso. Mis pensamientos volvieron a los acontecimientos del año pasado. 

Ser sombrío no está en mi naturaleza, me atrevo a decir. Incluso de la pandemia veía, además de los inconvenientes obvios, también los beneficios. A mí me parecía extraordinario que tantas autoridades y personas estuvieran dispuestas a parar la vida económica para salvar a los vulnerables. ¿Quién hubiera imaginado eso? Pero todo duró tanto tiempo. Nuestros anticuerpos naturales o inyectados resultaban tener una validez limitada debida a la evolución tan rápida de los virus. Un número cada vez mayor de gente parecía incapaz de aceptar la realidad y abrazaba las explicaciones dudosas que circulaban por el internet. Y encima había acontecimientos dramáticos a nivel personal. Mis dos hermanos fallecieron en un periodo muy corto. En ambos casos la despedida fue cálida y hermosa, pero lo que queda es el vacío. No, este año no fue nada agradable. 

Llegué al puente sobre el río Sil. Sobre el cemento a la entrada del puente alguien había escrito muy grande: VACUNA = VENENO

Esto me recordó que ya habían pasado más de tres meses desde que recibí mi segunda vacuna AstraZeneca. Tal vez podría tener mi tercera antes de las fiestas. Esto tendría que averiguar. Con paso acelerado, caminé a lo largo del río hacia casa. 

Y así ocurrió que una semana después estuve esperando en una larga cola en frente del edificio de las piscinas climatizadas, que de nuevo era habilitado como punto de vacunación. Nadie se quejó. Nadie se coló. Todos mantuvimos distancia y llevamos las mascarillas. Los asistentes iban y venían con sillas de ruedas para la gente mayor. Aquí y allá surgieron conversaciones amables, sobre todo sobre el tiempo tan templado. De vez en cuando incluso brillaba el sol. Y eso sucedió unos días antes de navidad.



viernes, 19 de noviembre de 2021

La mascarilla perdida

¿Qué me hizo subir El Pajariel el sábado pasado por la tarde? Pues, no es difícil de contestar: el tiempo maravilloso. Toda la mañana Ponferrada había estado cubierta por una niebla espesa, por lo cual la temperatura permanecía ridículamente baja. Solo a mediodía el sol se mostró. Después de la comida, con el estómago demasiado lleno, decidí salir.

Fue realmente estupendo. Varias veces me detuve para hacer fotos del paisaje a contraluz con el sol ya tan bajo. Eso resulta a veces en efectos bonitos a pesar de la baja calidad de la cámara de mi móvil. 
Cuando al regresar ya casi había llegado al puente sobre el río Sil, me di cuenta: ¡Había perdido mi mascarilla! Era mi mascarilla vieja de color morado, que suelo llevar conmigo cuando voy a hacer deporte, para ponérmela por si acaso tengo que ir por una calle transitada o voy a tomar algo en un bar.
 
Es sorprendente que mascarillas nunca han desaparecido del paisaje urbano, ni siquiera cuando ya no era obligatorio llevarlas. Quizás era porque seguían obligatorias para entrar en las tiendas o por el miedo que había provocado la primera ola, pero el hecho es que una gran mayoría de los españoles decidieron llevar mascarillas en casi todas las circunstancias para limitar al máximo la propagación del virus. Y con éxito, hasta ahora, aunque no sabemos lo que puede pasar este invierno.

Que en Holanda la mascarilla tenía muy poca popularidad, notamos el verano pasado cuando entramos con la nariz y la boca cubiertos en un supermercado en Ámsterdam y un dependiente nos informó amablemente que ya no eran obligatorias. Al aire libre el gobierno neerlandés nunca imponía mascarillas, porque pensaban que la gente podría perder la prudencia y olvidar de mantener la distancia. Si en Holanda se toma ese tipo de argumentos en serio, también voy a utilizarlos, por ejemplo, cuando ando por la noche con mi bici por Ámsterdam sin luz, porque otra vez la batería se ha agotado. ‘Pero oficial, ¿no sabes que andar en bici con luces puede provocar una confianza falsa? ¡Eso es muy peligroso!’

Desde luego, tener que llevar una mascarilla no es nada agradable, sobre todo para gente con gafas. Puedo elegir entre no ver nada por los cristales empañados o no ver nada por defecto ocular de -5. Y además hay la contaminación. Las calles y los senderos están llenos de mascarillas perdidas. A menudo me molestaba la gente con tanta negligencia.

Pero ahora yo mismo era uno de ellos. ¿Cuándo había sucedido? En este último sendero empinado donde había quitado la chaqueta, tal vez. La mascarilla estaba alrededor de mi brazo y debe haber caído allí. O quizás después, cuando de vez en cuando cambié la chaqueta de una mano a otra. En mi imaginación pude ver la mascarilla allí tirada, tan solita en este sendero poco frecuentado. Ya era demasiado tarde para volver. Por suerte tenía, como siempre, una reserva conmigo por si se rompía el elástico, como ya me había pasado una vez. Pero eso fue la primera vez que de veras perdí una.
 
Así que el domingo después, pronto por la mañana, volví a subir El Pajariel. Lo más que me distancié de Ponferrada, lo más densa era la niebla. De vez en cuando un sol pálido se mostraba. Desde cerca oí el susurro de los animales en la maleza. Hasta los eucaliptos, por algunos tan odiados por no ser autóctonos, adquirieron en la luz tan borrosa una belleza misteriosa. 
Donde me había quitado mi chaqueta el día anterior no encontré nada. Tenía que buscar un poco más allá, donde había elegido este caminito hacia abajo. Y allí estaba en el suelo mojado, luciendo muy morado. Afortunadamente, esta mascarilla terminaría en la basura, como debería. Satisfecho conmigo mismo, regresé a nuestro hogar cálido.


domingo, 17 de octubre de 2021

Llamamiento a las dueñas y los dueños de los bares de Ponferrada

Siempre era tan agradable. Salir a cierto momento de la mañana de la casa para ir a uno de los muchos bares que hay en Ponferrada para hojear allí el periódico, de vez en cuando leer un artículo, todo mientras disfrutas de un café con leche a un precio que es, por criterios holandeses, increíblemente bajo y casi siempre viene acompañado por bizcocho, un churro o un trocito de tortilla con pan. Ya antes de la pandemia se hundió un poco la costumbre. El País, el periódico que más me gusta leer, ya había desaparecido de la mayoría de los bares. Pero todavía podía elegir entre los refunfuños al gobierno de El Mundo, las noticias locales de El Diario de León y las omnipresentes revistas de fútbol.

Cuando después del confinamiento todos podíamos volver a salir de nuestras casas e incluso sentarnos en las terrazas, todos los periódicos de los cafés habían desaparecido. La teoría era que los contagios podrían ser transmitidos por los periódicos compartidos. Más tarde aprendimos que el virus no viajaba tanto a través de las superficies y las manos sino principalmente por el aire. Aun así, los periódicos volvían solamente escasamente. Creo que la mayoría de los dueños de los bares no querían volver a la situación anterior. Habían perdido ingresos en ese periodo difícil y las suscripciones a los periódicos cuestan dinero, por supuesto. Pero mi comportamiento cambió. ¿No periódico? Pues, tampoco voy a tomar un café afuera cuando estoy solito. No voy a mirar mi teléfono para leer las noticias mientras tomo mi café. Ya estoy todo el día mirando pantallas cuando doy mis clases online, escribo o me expongo a los algoritmos perniciosos en las redes sociales. Prefiero comprarme un periódico en uno de los escasos kioscos que todavía existen y hacerme un café en casa.

En este momento conozco, para ser exacto, dos bares con periódicos de papel. No voy a revelar cuales son, para evitar que todo el mundo vaya allí; ya ahora resulta bastante difícil conseguir un periódico libre. Queridos dueños y dueñas de los bares, por favor, pongan una pila de periódicos en la ventana. En ese caso, este guiri está dispuesto a pagar nada menos que 10 centavos más por una taza de café con un pincho.

Uno de los pocos bares con periódicos

 

jueves, 23 de septiembre de 2021

Alegría en la librería de Óbidos

Habíamos entrado en la localidad portuguesa de Óbidos en una larga fila de coches. Afortunadamente, esta vez aparcar no daba ningún problema. Óbidos estaba habilitado para recibir grandes flujos de turistas. Afuera de los muros medievales se había creado un aparcamiento enorme y las calles eran de dirección única para caminantes. En todas partes había pequeños establecimientos donde vendían el licor local y, desde luego, las inevitables gorras, camisetas y tazas con inscripciones. El sitio era hermoso, pero el ambiente me recordaba a las trampas turísticas como Volendam en Holanda. Y de pronto llegamos a una iglesia que se había transformado en una librería. Una librería maravillosa con libros en castellano e inglés. ¡Qué riqueza!

En Ponferrada no hay muchas librerías y casi ninguna con libros en inglés. Bueno, hay una sucursal de la cadena Casa del Libro en el centro comercial donde hay unos, pero las visitas a los centros comerciales se debe evitar tanto como sea posible, en mi opinión. Son tiempos difíciles para las librerías por la competición de la compra online de Amazon y el hecho que la gente hoy día casi no lee libros. Se prefiere textos cortos en el internet, preferiblemente con fotos, y sobre todo los videos graciosos son muy populares. Bah, quizás me estoy poniendo viejo.

Como niño iba a menudo a una librería bastante lejos de mi casa familiar en Ámsterdam. Cuando llegaba allí, iba directamente a la sección de los libros sobre la naturaleza: las guías de los pájaros y los libros con fotos sobre parques naturales. Allí me sentaba largo tiempo de rodillas hojeando los libros y fantaseando con viajes a estos paisajes tan lejanos. Todavía puedo situar esa sección: al final de la librería, al lado derecho, abajo. Casi nunca compré nada. No tenía dinero. Las novelas que leía las saqué de la biblioteca.

Esto seguía haciendo cuando me independicé. En mi estante muy modesto había como mucho algunos diccionarios y las novelas que había recibido por mis últimos cumpleaños que, después de leer, vendía a una tienda de libros de segunda mano. Consideraba la posesión de los libros en mi pequeño piso de alquiler social como un lujo innecesario y solamente compré libros para regalar. Cada dos semanas iba con la bicicleta a la biblioteca pública, que desde 2007 está localizada al lado de la estación central. Si alguien va de visita a Ámsterdam, recomiendo ir a este edificio con libros en muchos idiomas, un departamento de libros juveniles fantástico y en el piso arriba una terraza con vistas sobre gran parte del casco histórico y el puerto antiguo. Como ahora vivo en Ponferrada, compro literatura holandesa o inglesa cada vez que voy a los Países Bajos. Las estanterías de nuestra casa ya comienzan a abultarse. 

Nuestra alegría con la librería de Óbidos con toques internacionales era grande. Por bastante tiempo nos quedamos allí andando entre los estantes, de vez en cuando tomándonos un libro en la mano para hojearlo. Finalmente, compramos dos libros. Una vez afuera nos sentamos en una terraza. La mayoría de los turistas ya se habían ido. Pedimos dos cafés con leche y hablamos sobre nuestra impresión de que Portugal es un país mucho más internacional que España. Se habla mejor inglés y hay prensa y literatura internacional. Mi opinión era que eso tenía que ver con el tamaño. ‘Cuanto más grande un país, más orgulloso la gente está de su propio idioma,’ proclamé. Ana respondió que aunque Portugal es pequeño, el portugués es un idioma verdaderamente global. Quizás tenía más que ver con el carácter marítimo de un país. Luego cogimos nuestros libros y leímos en silencio, hasta que la gerente de la cafetería empezó a recoger con insistencia las sillas y mesas a nuestro alrededor. 



sábado, 21 de agosto de 2021

Buscando enfriamiento

Estamos sentados en la terraza del hostal donde nos alojamos este fin de semana. Ya hace bastante frío. Llevamos pantalones largos y suéteres. ¡Estupendo!. Debajo de nosotros escuchamos el murmullo del mar y vemos las altas olas blancas rodando sobre la playa envuelta en oscuridad. Todos los surfistas se han ido. Ahora están comiendo frente a sus furgonetas campers, sospechamos. Estamos aquí en Asturias, que en mi opinión tiene la costa más hermosa de España y quizás de toda Europa. Pero estamos aquí principalmente para refrescarnos. Porque allá, al otro lado de la Cordillera Cantábrica, hay una ola de calor.

Ana me cuenta que los asturianos solían venir a menudo a la provincia de León para secarse, como decían. Asturias es muy verde y eso tiene todo que ver con las lluvias abundantes. Pero ahora el flujo de refugiados climáticos claramente va en la otra dirección. No somos los únicos que quieren huir del calor. Casi todos los hostales y los restaurantes estaban completos. Teníamos mucha suerte con este lugar, un restaurante de la playa que también alquila habitaciones básicas con vista a la Playa de Peñarronda.

Antes de nuestra escapada, el ambiente en Ponferrada era casi siniestro. Además del calor y la atmósfera polvorienta del verano, también había varios incendios forestales. El jueves, cuando cenamos en la terraza fantástica del restaurante La Estrategia del Caracol en el pueblo de Santalla del Bierzo, la camarera tenía de vez en cuando que limpiar nuestra mesa porque nevaba cenizas. Eso fue por un incendio forestal  en el oeste, tal vez en Galicia. El viernes siguiente, hubo un incendio más cerca; un helicóptero volaba de ida y vuelta entre el río El Sil y el fuego para apagarlo.

Además del descuido y la mala intención humana, estos incendios forestales también se deben a las condiciones climáticas, que están cambiando. España se está poniendo más caliente. Grandes partes de la meseta española parecen cada vez más un desierto. Y una vez que llueve, a menudo es tan violentamente, que el agua arrastra trozos de tierra y casas.

La gente se refresca, si es posible, a lo largo de la costa en el norte u oeste. O se cierran en las casas, con las persianas cerradas y el aire acondicionado a tope. Esto último también se está volviendo cada vez más difícil. El precio de la electricidad nunca ha sido tan alto como este verano. La causa de esto puede ser, entre otras cosas, la alta demanda de energía por todos esos dispositivos para refrescar la casa. Pero en realidad es una vergüenza. En un país soleado como España, la electricidad podría ser muy barata en un verano caluroso, si se hubiera invertido más en energía solar. Por alguna razón, eso nunca se ponía en marcha. Hay gente que está en contra de las fuentes de energía alternativas porque arruinarían el paisaje. También en El Bierzo hubo manifestaciones contra los parques eólicos. Pero al igual que los paneles solares, las turbinas eólicas son necesarias. Hay muchos lugares, donde se puede generar energía renovable sin que el paisaje o la naturaleza sufra demasiado. Mejor los paneles solares que las centrales eléctricas de carbón. Mejor las turbinas eólicas que los petroleros.

Mientras tanto, hace demasiado frío en nuestra terraza sobre la playa! Decidimos irnos a la cama. Debajo de las mantas gordas. ¡Fantástico!

La playa de Peñarronda, 
dibujo de Ana Fernández


miércoles, 28 de julio de 2021

Adiós a mi hermano mayor

Todo sucedió tan rápido. Nos habíamos visto en abril en el funeral de nuestro hermano Willem. Entonces no parecía que le pasara mucho. Quizás un poco pálido y flojo, pero eso no fue tan extraño en un evento tan dramático como la muerte de un hermano y eso además en medio de una pandemia.

Pero en junio recibimos el primer mensaje inquietante de WhatsApp. ‘Hola Ana y Roland, ¿cómo estáis? Yo, no tan bien. Puede que tenga un tumor en el páncreas.’  Eso era efectivamente lo que tenía y maligno además.

Mi hermano estaba decidido. No quería la larga agonía con la radiación, las hospitalizaciones, el dolor y otras molestias físicas sólo para prolongar la vida un poco. Durante una conversación por Skype, ya nos dijo: ‘Si la cirugía no es posible, quiero la eutanasia.’ Ya lo había hablado con su médica de cabecera. Después de muchas investigaciones, la cirugía resultó imposible. También encontraron un gran tumor en su esófago. Ya no podía comer alimentos sólidos.

Cuando llegamos a los Países Bajos, todavía le quedaban tres días de vida. Fueron los días más intensos de mi vida. Ana y yo estábamos allí a menudo junto con Anton, sus dos hijos Marcel y Linda y su esposa Leen en la sala de estar. Todavía no tenía ningún dolor. Estaba cansado pero también muy conversador. Contó muchos recuerdos. Bromeó para tranquilizarnos y continuó asegurándonos que no le tenía miedo a la muerte. En gran parte organizó su propio funeral. Eligió la música y el texto para la tarjeta del funeral. Su hijo Marcel incluso grabó un video de él, que se iba a reproducir en el funeral, con la apertura: 'Bienvenidos amigos, vecinos, familiares y conocidos, les doy la bienvenida a todos. Qué especial es dar tu propio discurso en tu propio funeral.’

El viernes 2 de julio, a la hora acordada, a la una y media, las dos médicas llegaron a la casa. Le preguntaron si todavía estaba convencido de su decisión. Lo estaba. Luego se le administró sedación. Todos estuvimos presentes en el fallecimiento de Anton: Lenie, Linda, Marcel, Ana y yo. Cuando el sedante comenzó a hacer efecto, Anton dijo: ‘Ahí voy’ y se quedó profundamente dormido. Luego, la médica le administró el relajante muscular que detendría el corazón. Más tarde hablé con la médica por un tiempo. Me pareció muy natural tener una conversación amistosa con la mujer que acababa de ayudar a mi hermano a morir. Ella me dijo que estaba de acuerdo con Anton en su decisión. Era asombroso que todavía no tuviera dolor, pero el gran sufrimiento seguramente habría llegado pronto.

De todas las muertes que he presenciado de cerca, esta fue sin duda la más dramática, pero al mismo tiempo la más serena. Murió tranquilamente en casa, rodeado de sus seres queridos, con tiempo de sobra para despedirse y tranquilizarnos a todos. Estaba tan orgulloso de mi hermano mayor como cuando era pequeño. Aprendí mucho de él hasta el último momento.

Los tres hermanos en 1959
En orden de edad: Anton, Willem y Roland




sábado, 29 de mayo de 2021

Viaje al centro del mundo

Es sábado, 22 de mayo. El andén 1 de la estación de Ponferrada está muy transitado. Normalmente, lo considero una buena señal. Al menos la gente todavía viaja en tren. Pero ahora, en estos tiempos de Covid-19, las multitudes siempre preocupan. Bueno, hace dos semanas tuve mi primera vacuna. Pero el turno de Ana es la próxima semana. Por cierto, una vacuna no crea inmunidad completa, según los expertos. Con solo unos minutos de retraso, el tren de Vigo entra en la estación y se detiene con un chirrido. Subimos.

De hecho, el compartimento está muy ocupado. Mientras colocamos nuestras maletas en el portaequipajes, el tren se pone lentamente en marcha. Nos sentamos y miramos por la ventana. Sabemos por experiencia que la primera parte del viaje será muy bonita. Primero por el profundo cañón del río El Boeza hasta Bembibre. Entonces comienza la larga subida para salir de El Bierzo. Aquí el tren incluso tiene que hacer un lazo completo para ganar altura. La vista del empinado cauce del río da paso a laderas de pedregal negro. Son las cicatrices que ha dejado la minería del carbón. "Ahora bien, si hubiera una inversión en un nuevo túnel recto, este viaje sería mucho más corto", le digo a Ana. Con un breve asentimiento, me da la razón. Es uno de mis temas favoritos.

Una vez que llegamos a la meseta, la mayoría de los viajeros pierden interés en la vista. Pero en el tren soy un verdadero espectador por la ventana. Encuentro fascinante el inmenso vacío del paisaje. Aquí se cultiva el grano español, la remolacha azucarera y otros cultivos herbáceos. También hay mucha tierra en barbecho. No va muy bien con todos los agricultores en España. Al igual que en los Países Bajos, a veces vienen a las ciudades con sus tractores para manifestarse contra lo que ven como precios injustos para sus cultivos. Exigen precios mínimos y mantener sus subsidios.

En una vida pasada, les expliqué a mis alumnos durante mis clases de economía que los precios garantizados no suelen ser una buena idea. Luego dibujé una cruz en la pizarra que representaba la oferta y la demanda y con una línea horizontal sobre la intersección indicaría el efecto de un precio mínimo. Un exceso de oferta. Este dibujo debería explicar el estanque de leche europeo, la montaña de mantequilla y el estanque de aceite de oliva. Una situación en la que todos pierden. Uso inútil de la tierra y mano de obra para un producto que no se vende.

Pero es precisamente aquí, en esta meseta vacía, donde hay posibilidades. Se puede cambiar los subsidios de los productos agrícolas a las energías renovables, que sí están demandadas. Gran parte de esta tierra vacía podría usarse para parques solares o eólicos. Casi nadie se molestaría aquí, excepto un solo guiri que siempre mira hacia afuera por la ventana de un tren. La naturaleza podría volverse aún más rica, si los paneles solares se colocaran a una buena distancia entre sí, de modo que también puedan crecer pastos, flores y arbustos. Y si se producen menos productos agrícolas, sus precios también aumentarán. Una situación en la que todos ganamos, en mi opinión.

Cuando llegamos a Palencia, bajamos. Pasaremos la noche aquí para ver las diversas exposiciones fotográficas. Nuestra mirada recae en el tablero con los horarios de llegada y salida. Comparada con Ponferrada, esta estación es el centro del mundo. Hay trenes a Cataluña, Galicia, País Vasco, Asturias, Cantabria y Madrid. "Si hubiera una conexión rápida entre Ponferrada y León, también estaríamos conectados a esta red", le digo a Ana. Pero no me oye. Ya está de camino a la salida de la estación.





viernes, 30 de abril de 2021

Mi hermano Willem

Mis dos hermanos mayores y yo crecimos juntos en un barrio popular en el oeste de Ámsterdam. Entonces era un barrio típico de la posguerra, muchas familias con niños, una incubadora de la generación del baby boom. Los tres dormíamos juntos en un dormitorio pequeño, a menudo juntos con el perro Rakker.

 Cuando mi hermano mayor Anton se casó con Lenie, Willem y yo nos quedamos  los dos en esa pequeña habitación, él tenía 15 años y yo 10. Naturalmente, él se convirtió en mi gran ejemplo. A veces me resistí y grité: "¡Esto no es música!", cuando ponía los discos de  Soft Machine o Frank Zappa. Pero unos meses después, gracias a la persuasión de Willem y la constante repetición de la música, puse yo mismo los LP de mi hermano y traté de convencer a mis amigos con el mismo entusiasmo que Willem de que eran geniales.

 Algo parecido sucedió con la literatura. Philip Roth, Joseph Heller, Dostojewski, tomaba los libros de estos escritores de la estantería de Willem, los leía y tenía la fuerte sensación de que compartimos algo juntos. Eso también pasó cuando hablábamos de política. Gracias a él, di los primeros pasos hacia la conciencia política desde muy joven.

 Jugábamos mucho al ajedrez en casa. Una de las partidas entre Willem y yo fue anotada y comentada en la revista de calidad Wirant, una revista semanal producida por Willem y Roland. Además de la sección de ajedrez, contenía cuentos, cómics e incluso una sección de recetas. Desafortunadamente, el semanario solo se publicó dos veces y ambas copias se perdieron con el tiempo.

 Como él jugaba béisbol, empecé a jugar en el mismo club. Me gustaría compartir una anécdota que creo que dice algo sobre Willem, su especial sentido del humor y nuestra relación en ese momento.

 Jugamos béisbol en el club Blauwwit (Azulblanco), que tenía su base a unos 25 minutos en bicicleta desde nuestra casa. Willem solía llevarme allí, porque mi padre trabajaba los sábados y mi madre estaba ocupada con las tareas domésticas. Ese día tenía un juego temprano, pero menos temprano de lo que pensaba. Le había comunicado a mi madre la hora de inicio incorrecta. Cuando llegamos al club después de 25 minutos pedaleando, nos quedó claro que estábamos más de una hora demasiado temprano. Willem pensó que mi madre había cometido el error; sabiamente mantuve la boca cerrada. Volvimos en bicicleta en silencio, unos 25 minutos, pero nuestra madre estaba haciendo las compras. Willem tomó una hoja grande de papel, escribió con rotulador en letras grandes: "¡Gracias!" y ponía el papel sobre la mesa en el salón. En unos 25 minutos regresamos en bicicleta a nuestro club, donde jugué mi partido. Nuestra madre nos dijo por la noche que, cuando había llegado a casa, realmente no había entendido nada. Los chicos estaban en el club, ¿verdad? Pero, ¿por qué está ese mensaje misterioso sobre la mesa? Afortunadamente, pudo reírse de eso.

Después de que Willem se fue de casa a vivir con su actual esposa Els, nuestro vínculo cambió, desde luego. Desarrollé mis propias preferencias musicales, literarias y políticas, pero seguimos compartiendo mucho. Vacaciones o excursiones, también con los niños. Celebrando las noches de San Nicolás con la familia y la última vez incluso con sus dos nietas a través de Zoom. Mi esposa Ana y yo a menudo encontrábamos una acogida hospitalaria en la casa de Willem y Els. En los últimos años ha estado plagado de problemas físicos. Sin embargo, el final llegó de forma inesperada y demasiado pronto. Había todavía tantas obras musicales para escuchar, libros para leer, películas para ver y temas para discutir. Dejas un vacío, Willem, te echaremos mucho de menos.

 

Más o menos mi discurso en el funeral de mi hermano Willem, el martes 20 de abril de 2021

Willem, yo y el perro Rakker debajo del árbol de Navidad


domingo, 28 de marzo de 2021

¿Qué nada allí?

Justamente afuera de la zona urbanizada de Ponferrada, donde El Boeza desemboca en El Sil, el paisaje casi se puede llamar holandés. Los caprichos de los ríos a veces hacen que el agua es turbulenta, pero con falta de lluvia o agua de deshielo, el río parece parado, aunque esto nunca es completamente el caso. A lo largo de la orilla sur, justo debajo de El Pajariel, mi montaña de senderismo preferida, crece la caña y se puede escuchar el canto de los pájaros en la primavera. A veces hay una garza real en la orilla o cormoranes pescando en la parte más profunda del agua.

Hace dos semanas, cuando pasé la confluencia después de una larga caminata, mis ojos vagaron como suelen hacer sobre la superficie del agua. Algo oscuro se movía rápidamente por el agua hacia los juncos del otro lado. Pensé en una focha, una polla de agua o tal vez un cormorán. Ya estaba a punto de continuar mi marcha hacia casa, cuando el animal regresó y se sumergió varias veces. Cogí mis pequeños binoculares. Un mamífero. Una marta. ¿Era una nutria? ¡Esa era una nutria! ¡Mi primera nutria! Mi corazón empezó a latir más rápido.

Al día siguiente volví al mismo lugar. Caminé dos veces por la orilla y, maldita sea, allí estaba de nuevo, pescando nerviosamente. Esta vez logré hacer un video con mi teléfono móvil que tiene, lamentablemente, una cámara muy limitada. Vea el resultado pobre aquí:

La verdad es que las nutrias en España son más comunes que en los Países Bajos. Recuerdo una clase de inglés con mi alumno David en la cual hablamos sobre las nutrias. Él había visto muchas en un río cerca de La Bañeza y estaba preocupado por las truchas allí. Le dije que soltamos nutrias en los Países Bajos, porque estos animales se extinguieron en la década de los sesenta debido al uso excesivo de venenos agrícolas. Cuando le expliqué que a veces equipamos a los pobres animales con un transmisor para rastrearlos, se rio y dijo: "Bueno, será mejor que vengáis a atraparlas aquí".

Por supuesto, no estaba muy seguro de si había visto una nutria. ¿Viven realmente tan cerca de una ciudad de tamaño mediano? El término de búsqueda nutrias en Ponferrada en el internet me llevó a la cuenta de Twitter de la policía local, donde hubo una animada discusión sobre un animal visto a lo largo del río. (AQUÍ) La policía pensó en un hurón que se había escapado, pero otros estaban seguros que fue una nutria. También hubo una discusión sobre si era prudente compartir este mensaje. Después de todo, si mucha gente fuera a mirar, la nutria pronto desaparecería.

Un hurón me parecía poco probable, porque no es un buceador tan ávido. Lo que no podía descartar, sin embargo, fue que se trataba de un visón americano. Al igual que en los Países Bajos, en ocasiones se han escapado y su comportamiento se parece al de la nutria. Por casualidad yo, o mejor dicho mi sobrina española Ana, había visto uno en Salamanca. Era cuando traté de entusiasmarla con el noble arte de la observación de aves. Después de haber visto un verdadero martín pescador desde el puente medieval sobre el Tormes, mi sobrina de repente dejó escapar un grito y señaló hacia abajo. Una marta negra andaba sigilosamente por la orilla del río. Un visón americano.

Realmente no soy un enemigo de los animales o plantas que no son nativas. La naturaleza es dinámica. Por ejemplo, en mi opinión, el eucalipto es bastante hermoso, mientras que muchos ambientalistas aquí parecen haber convertido este árbol importado en el enemigo público número uno. Por supuesto, no se deben juntar demasiados, como sucedió en Galicia. Pero aún así, ver un visón americano en lugar de una nutria es como ver una cotorra en el parque del Retiro mientras crees que se trate de un pito real.

Los últimos días pasé unas cuantas veces más por delante del lugar de la nutria, a veces armado con el iPhone de mi esposa, que tiene una cámara mucho mejor. Desafortunadamente, no he vuelto a ver a la nutria nunca más. Se ha ido.


sábado, 27 de febrero de 2021

Caca o sangre

Es un día lluvioso en febrero. Estoy esperando afuera del centro médico en la Calle Ancha en El Barrio Alto de Ponferrada.  Al menos esos son nombres fáciles de recordar para un guiri. No todos los nombres de las calles son tan descriptivos. Ojalá. Muchos llevan el nombre de españoles famosos de los que nunca he oído hablar: la Calle Luciana Fernández, la Calle Isidro Rueda o la Avenida Pérez Colino.  ¿Quiénes diablos son esas personas? Pero esta calle es bastante ancha, Calle Ancha,  un nombre adecuado.

Mi profundo hilo de pensamientos es interrumpido por la enfermera que sale y lee en voz alta algunos nombres. Todavía no es mi turno de entregar mis muestras de heces. En España, los rastros de sangre en las heces se controlan cada dos años en personas mayores de 55 años. Una medida estupenda. Verifico que de hecho estoy esperando en el momento adecuado y saco el volante de mi bolsillo. Sí, las 8.55, estoy bien a tiempo. Entonces mi mirada se posa en las manchas en el volante. Me sobresalto. E incluso huelo al papel. ¡Díme que no es verdad! Efectivamente, fue bastante complicado tomar la muestra esta mañana. El día anterior, la enfermera me lo había explicado. ‘Utilice el palito recolector para pinchar las heces cinco veces en diferentes lugares.’ Incluso me había explicado cómo evitar que toda la caca se metiera en el agua por cubrir el interior del váter con mucho papel higiénico. En España siempre hay inodoros en los cuales la caca cae inmediatamente en el agua y casi nunca inodoros con una bandeja como en los Países Bajos son comunes (véase foto abajo).  Al final, todo parece que todo fue bien y felizmente enrosqué el palo en la pequeña botella de plástico. Pero, ¿cuándo aparecieron estas manchas en el volante?

Entonces recuerdo mi dedo sangrante de ayer. Eso sucedió cuando saqué el volante del bolsillo de mi chaqueta. Resultó tener un borde tan afilado que me corté el dedo. ¿Pero cómo puedo explicar eso en el mostrador de una manera convincente? Otra vez, mis habilidades para hablar español se están poniendo a prueba. Empiezo a practicar las frases en mi mente. ‘No es caca, es sangre, pero no salió de mi ano.’ Afortunadamente, con esta torpe explicación podré mostrar mi dedo con el corte todavía claramente visible . 

La enfermera sale en la calle y lee con dificultad en voz alta mi nombre. Espero para ella que nunca haya una calle que lleve mi nombre en Ponferrada.



sábado, 16 de enero de 2021

Encontrarse a sí mismo

Ocurrió en El Pajariel la semana pasada. Durante una hermosa caminata invernal llegué a un bosque de pinos donde una bandada de mitos, estos pajaritos tan bonitos con las colas largas, volaban charlando entre los árboles. Un corredor sudoroso subió corriendo, enviando a los mitos a las ramas más altas. El corredor no se dio cuenta de esto; la vista sobre el infinito y la mente en blanco. Confieso que en ese momento pensé: "¡Qué idiota!"

Inmediatamente comencé a razonar esta línea de pensamiento tan negativa. ‘Ese tío es ciego a la naturaleza que le rodea; no puede ser sano jadear tanto.’ Pero, para ser honesto, fue solo hace unos años que yo mismo corría cuesta arriba en El Pajariel, mientras los caminantes tranquilos me miraban moviendo la cabeza despectivamente.

Por cierto, no quiero ser como el apóstata que, una vez liberado de su religión o ideología, no hace nada más que denunciar lo que él mismo ha profesado con tanta diligencia. O alguien que, después de años de fumar o beber alcohol, de repente se convierte en un predicador fundamentalista del estilo de vida saludable. Correr por la montaña es maravilloso. El esfuerzo físico disipa los pensamientos negativos. A veces en la cadencia de los pasos se llega a conocimientos profundos. Construyes perseverancia. Aprendes a conocer tus límites.Te encuentras a tí mismo.

Pero ya no haré nunca más trail running, como se llama correr por senderos de montaña hoy día. Como máximo correré un poco en el parque junto al río, tan pronto como los caminantes puedan volver a salir sin llevar mascarilla y no me sienta tan culpable mientras hago eslalon entre ellos con la cara descubierta, jadeando y sudando.

Fue la lesión de rodilla seguida por el largo período de inactividad forzada durante el confinamiento lo que terminó con mi carrera como trailrunner. Una pena, porque quizás era el único deporte para el que parecía tener algo de talento. Pero hay muchas otras cosas que hacer. Afortunadamente, la falta de talento nunca me ha impedido hacer nada.

Eso significa que en 2019 participé en mi última carrera de montaña. Era el del hermoso pueblo de Balboa en Los Ancares, la sierra al noroeste de El Bierzo. Magnífico. Corrimos a través de bosques, a lo largo de arroyos, a veces a través del lodo de tal arroyo. Pero el trayecto siguió yendo cuesta arriba y cuesta abajo. Cuando llegué a la penúltima parada, exhausto y ya con el dolor en la rodilla derecha, pensé que casi había llegado. Pero la gente que daba las bebidas a los corredores me indicaron con el dedo cómo proceder. Empinada hacia arriba. Bebí algo de un vaso de plástico preparado que resultó contener Aquarius muy dulce y helado en lugar de agua. Personalmente, creo que esa fue la causa de mis náuseas posteriores. Mis amigos dicen que fue el trayecto, que, al fin y al cabo, era demasiado largo y duro para mí, y que no debería haber celebrado mi llegada con unas cervezas. Cuando hicimos fila con todos los demás corredores para una porción de paella preparada en una enorme paellera, vomité dos veces seguidas. Y en el camino de regreso, cuando mi amigo Simon tuvo que repostar, unas cuantas veces más al lado de la gasolinera. Cuando llegué a casa, me fui a la cama y duró unas horas hasta que era capaz de comer algo. Sin embargo, fue un día fantástico. Pero también fue el día en el cual, sin saberlo, me despedí de correr por la montaña. Creo.