lunes, 16 de julio de 2012

Dos Bercianos en Barcelona


¿Cuántas veces he estado en Barcelona? Es difícil saberlo. La primera vez fue en 1982. Interrail. Nunca en mi vida olvidaré el momento en el cual mis amigos y yo, después de un largo viaje por la noche, llegamos en un tren repleto que se tambaleaba. Nos asomamos a las ventanas y vimos pasar los barrios caóticos de las afueras de Barcelona bajo el sonido rítmico de las ruedas sobre les railes y las señales frecuentes de la flauta de vapor. Bajamos en la Estación de Francia y miramos todo con asombro. ¡Qué ciudad!

Fue mi primer viaje a España. Muchos siguieron, pero casi nunca sin pasar por Barcelona. Allí nuestros amigos catalanes nos mostraron los rincones escondidos de la ciudad. También nos daban avisos valiosos sobre cómo continuar el viaje de interrail. Sobre un mapa de España escribieron en frente de la costa de Galicia: ‘Pulpo, Islas Cíes, Ribeiro, Baiona’ y una semana después estuvimos tomando pulpo con un vaso de ribeiro en el bar O Buraquiño en Baiona después de una excursión con barco a las Islas Cíes.

A lo largo de los años veía a Barcelona cambiar. Sobre todo después de los juegos olímpicos de 1992. Los barrios donde vivía la gente marginalizada desaparecieron y fueron substituidos por barrios con viviendas modernas. Nuevos edificios altos cambiaron la silueta de la ciudad de manera espectacular. Cada vez que visité Barcelona pasé por la Sagrada Familia para ver si habían añadido algo. En los años ochenta la construcción iba lentísima, pero en los noventa había una aceleración. En la actualidad la catedral de Gaudí casi está terminada. Casi es una lástima.

Y ahora Ana y yo estamos paseando en el boulevard cerca de Port Olímpic en el último día de esta semana de vacaciones demasiada corta. Este parte de Barcelona se ha convertido en una mundana ciudad de la playa. Otro aspecto de la ciudad más. Esta semana ya vimos que las calles alrededor del Museu d’Art Contemporani en el barrio del Raval se habían vuelto en un centro para la Barcelona artística con muchos atelieres y restaurantes estilosos. Unas calles próximas están llenas de pequeñas tiendas y restaurantes filipinos y pakistaníes. El barrio distrito@22, cerca de donde andamos ahora, nos mostraba la Barcelona moderna con muchas pequeñas empresas tecnológicas y creativas. Barcelona se muestra cada vez más dinámica y cada vez más internacional.

Aunque existe también otra tendencia. Mientras seguimos caminando por el boulevard hablamos sobre las frecuentes discusiones que habíamos tenido esta semana sobre la cuestión catalana. En casi cada encuentro surgió el tema. La crisis parece haber agudizado los contrastes nacionales. Los catalanes se sientan mal vistos en España, mientras son ellos que pagan relativamente más impuestos. Me contaron que durante partidos de fútbol de Barcelona fuera de la casa la gente animaba el otro club gritando: ‘¡España! ¡España!’ Cuando al principio de esta semana el equipo nacional de España ganó de manera tan sublime el final de la copa europea, los catalanes subrayaban que la mitad del equipo provenía de Barcelona. ‘Pero no todos los jugadores de Barcelona provienen de Catalunya,’ respondí. En general, el nacionalismo, sea español, catalán u holandés, no me gusta mucho. Casi nunca traía algo bueno, como sabemos en Holanda con estos partidos populistas casi absurdos. Hace poco había un partido holandés que se llamaba ‘Orgulloso de Holanda’, como si donde has nacido es un logro y no una casualidad.

Mientras continuamos caminando lentamente por el boulevard lleno de ciclistas, skaters, joggers y grupos adolescentes en busca de adolescentes del otro sexo, empezamos a tener un poquetín de sed. Decidimos tomar una cervecita en el próximo chiringuito. De pronto Ana grita asombrada: ‘¡No me lo puedo creer!’ ‘¿Qué?’ ‘¡Mira! ¡Este chiringuito se llama El Bierzo!’ Ahora yo también me entusiasmo. ‘¿Cómo es posible? ¡Quizás tienen vinos del Bierzo!’ ‘O pimientos asados con cecina o chorizo de Molinaseca,’ dice Ana cada vez más alegre. ‘¡O botillo!’ exagero. ‘Ja, ja,’ ríe Ana complaciente. Bajamos a la playa y nos sentamos en una mesita. Un camarero que parece africano viene a nosotros. ‘Hola, nos gustaría tomar algo del Bierzo,’ le digo.


1 comentario:

  1. Acabo de descubrir tu blog después de veros a Ana y a ti en TV.
    Muy interesante.
    Te seguiré,
    Blanca

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