domingo, 9 de febrero de 2014

La pérdida de una pasión


Creo que lo noté por la primera vez en noviembre, cuando pasamos unos días en la provincia Soria para disfrutar de la temporada de las setas. Comimos las setas en los más variados platos, tanto en los restaurantes especializados como en los bares populares dónde las ponían como pincho. En uno de estos bares ocurrió. Era un sábado. A nadie sorprendería que en el bar estuviera puesta la televisión con un partido de fútbol. Estábamos hablando sobre el gusto de tanta variedad gastronómica en España, cuando, sin quererlo, mis ojos fueron atraídos por los movimientos de la pantalla. Era uno de estos partidos importantísimos que no se debe perder: Getafe contra Levante. Y en este momento dije a mi mujer: ‘Creo que no más me gusta el fútbol.’

Desde luego tenía un gran impacto esta confesión, que puedo haber hecho en un momento de debilidad, generado por pasar demasiado tiempo en bares, como suele ocurrir cuando te alojas en un hostal. Las comidas, las cenas, los cafés, los tés, los aperitivos, los digestivos (bastante importantes si comes setas), descansar después de andar mucho, para todo eso tienes que ir a algún bar o restaurante dónde, como ya dicho, casi siempre está presente una televisión con algún partido. Fue en Soria donde algo fundamental cambió en mi vida. Pasaba el mes de diciembre en Holanda y noté que tampoco me interesaban esos partidos de los clubs holandeses de los cuales ya no más conocía los jugadores. De vuelta en Ponferrada vi en los bares algunos de los supuestamente mejores partidos de la liga. Pero me cansaba el ticky-tacky de Barcelona, los tiros de Cristiano Ronaldo, el espíritu del equipo de Atlético. Y sobre todo me cansaba el follón agresivo por una decisión del árbitro, tanto en el campo como en el bar mismo, dónde el fanatismo a veces me da miedo.

El porqué de tanto fútbol en la televisión y en la radio es obvio. Se trata de un deporte carísimo. Millones de euros cuestan los jugadores. Por eso nunca hay dos partidos a la vez; así se puede mostrar más anuncios, lo que significa más ganancias. Podemos disfrutar de los partidos desde el viernes hasta el domingo medianoche. Si tenemos suerte esto se repite los martes, miércoles y jueves si juegan otra vez en el Champions League, la Copa del Rey o lo que sea. No solamente esta sobredosis me robaba mi pasión. También los líos de los jugadores y sus managers con los impuestos me repugnaban. El dinero fácil de fútbol atrae a personas casi mafiosas, que hasta logran ser presidentes de los clubs.

Echaré de menos al fútbol, que siempre era bastante importante para mí. En Ámsterdam jugaba en un equipo de amigos durante más de 25 años. Cuando venía a vivir en Ponferrada busqué un equipo parecido, pero no podía encontrar uno. Una vez fui a ver un equipo en el cual jugaba un vecino. Después de 5 minutos ya llegué a la conclusión: este nivel es demasiado alto para mí. Parece que en España no se juega mal. En los parques de Ponferrada no se ve nunca torpes partidos de fútbol entre adultos con los abrigos puestos en la hierba como postes de gol, como es costumbre en los parques de Ámsterdam y tantas otras ciudades. Perdí el fútbol activo. Y mirar como otros juegan, aunque sea tanto mejor, no más me interesa.

¡Pero esto no puede ser! ¿Si yo ya pierdo mi interés por el juego, cómo será con tantas personas que nunca habían tocado un balón con los pies en su vida? Imagínate que todos vamos a pensar que el fútbol es nada importante, que solamente es un juego, que lo importante no es ganar sino participar, que fútbol no es para mirar sino para hacer. Esto será el fin de un sector en el cual se mueve muchísimo dinero. Pasará lo que pasó en el sector inmobiliario: la burbuja explotará. Será otro desastre económico al nivel mundial. Esto no puedo cargar sobre mi conciencia. Pues, iré a ver tantos partidos como pueda. Gritar ‘¡Hijo de puta!’ por las decisiones de los árbitros. Murmurar ‘Este tío tiene razón’ cuando un jugador o entrenador dice las barbaridades habituales en una entrevista. Leer El Marca cuando tomo un café. Será un gran sacrifico personal, pero lo haré por el interés general. Es mi obligación civil.

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