miércoles, 5 de agosto de 2015

El Gran Alcalde

Que en ciertos círculos en Ámsterdam era conocido como ‘El Gran Alcalde’ era por mi guía de aves. Durante una excursión en barco de vela mis amigos se habían apoderado del librito y leían entre risas en voz alta algunos nombres de las aves que, lo admito, a veces son absurdos, entre los cuales De Grote Burgemeester, el gran alcalde, el nombre de una gaviota que tiene su hábitat en el norte de Europa. Cuando unas semanas después en un bar en Ámsterdam introduje a mis amigos un por criterios holandeses pequeño hombre con bigote y añadí ‘Es un alcalde español’ el apodo no tardó mucho en surgir.

Le había encontrado unos años antes aquí en El Bierzo. Era en los años ochenta cuando ya visitaba de vez en cuando estas tierras. En aquella época me pasaban en España las cosas más inesperadas porque si alguien me proponía algo con suficiente entusiasmo solía responder ‘si’ sin entender exactamente lo que me acababan de decir y en el momento que podía ver todas las consecuencias me faltaban habilidades lingüísticas para formular argumentos convincentes en contra de la propuesta. Así llegué a pasar una noche en una habitación de una gasolinera para salir el día después con el alcalde en su todoterreno por los Montes Aquilianos, una zona que ahora conozco tan bien. La ruta que seguíamos no puedo reconstruir exactamente y a veces me pregunto dónde fue este restaurante dónde comimos tan excelente y coqueteamos como adolescentes con la joven camarera. En cierto momento en la tarde el alcalde paró el coche en medio de nada y me dijo: ‘Si quieres podemos volver aquí esta noche para cazar unos jabalís.’ Porque había acompañado estas palabras con el gesto de tirar una escopeta, esta vez no dije inmediatamente ‘si’ a lo que me propuso con tanto entusiasmo. ‘¿Jabalís?’ pregunté prudentemente. ‘Si, cerdos salvajes’, me explicó. ‘Ponemos allí comida, encendemos de pronto las luces delanteras del coche y no se puede errar.’ En mi mejor castellano le contesté que estaba un poco cansado y que tenía ganas de terminar este día tan agradable con unas cervezas en su compañía. Y así lo hicimos.

Unos años después vino a Ámsterdam para asistir a un congreso europeo sobre la minería. Dejaba la cena oficial y el programa cultural de la noche para salir conmigo. Así llegamos en aquel bar dónde le introduje a mis amigos. El gran alcalde no tenía, como se dice en Holanda, sus ojos en los bolsillos y la belleza de una dama que estaba tomando una cerveza en la mesa al lado no le había escapado. ‘Dile que tiene los ojos muy bonitos,’ susurró. Miré a la chica que me estaba indicando con pequeños gestos de la cabeza y constaté que los ojos no eran exactamente lo que más llamaba la atención de esta chica. Cuando me giré otra vez hacia él para decírselo, constaté que era más bien al revés; era él que tenía los ojos muy bonitos; ojos que brillaban de pícaro. ¿Qué haces cuando te visita en Ámsterdam un alcalde berciano que te llevó con su todoterreno por la montaña y te invitó a cazar jabalís en la noche? Le llevas atrás en la bicicleta al barrio rojo. Mis amigos andaban en bici detrás de mí y cerca de la iglesia del oeste oí nacer el apodo: ‘Creo que el Gran Alcalde le está pasando fenomenal.’ Como si fuera una rutina diaria cruzamos la zona peatonal de la Plaza Dam, mientras yo daba la información turística: ‘Allí está el palacio, originalmente construido como ayuntamiento, cuyo cimentos consisten en 13.659 palos de madera para evitar que se hunda en la turba’ (en estos años solía trabajar en los veranos como guía). Desde luego pedaleábamos por algunas calles estrechas del barrio rojo mientras continuaba dando información: ‘Aquí la profesión más vieja del mundo se ejerce alrededor de la iglesia más vieja de Ámsterdam que data del siglo 14.’ Al final paramos en frente de un bar en la calle De Zeedijk (‘El Dique del Mar, una vez la defensa tan necesaria contra las olas feroces del mar’) y pudo comprobar que sus ojos brillaban como nunca antes.

Desde que vivo aquí en El Bierzo solamente quedamos una vez. Fue en un bar situado en la mitad de la carretera hacia su pueblo desde Ponferrada. Seguía siendo alcalde y hedonista, aunque el resplandor de sus ojos parecía un poco apagado. Hablamos de nuestras vidas en El Bierzo; él sobre los problemas de su pueblo donde muchas minas se cerraban. Una vez venían unos activistas en contra de la minería de la ciudad León a su pueblo para hablar sobre el impacto de las minas en el medio ambiente y ¿qué piensas?, cuando salieron del bar del pueblo notaban que unos chicos habían pinchado los neumáticos de sus coches. Cuando nos contó esta historia sus ojos brillaban como en los viejos tiempos. Le preguntamos: ¿Pero tu dijiste a estos chicos …………….?’ No contestó pero se fue a la barra para pedir unas cañas más.

Después, solamente una vez más nos encontramos, pero eso fue por casualidad. Era en El Rosal, el centro comercial de Ponferrada, un sitio que procuro visitar tan poco como posible. Él y su mujer estaban en la escalera mecánica hacia abajo, nosotros estábamos subiendo y nos saludamos con la mano. Casi no le reconocí, así sin su bigote tan típico. Parecía más viejo, un paisano que estaba fuera de su lugar en este centro comercial de la ciudad. Quizás ya se sentía afuera del lugar en la sociedad española en general. En algunos pueblos todavía se puede encontrar a alcaldes como él: cambian tan fácilmente de partido político como de pantalón para quedarse en el poder, están dispuestos a traspasar los límites de la ley y de la ética para defender los intereses de los vecinos y son muy populares. Creo que es un espécimen en extinción, por la despoblación de los pueblos y las reformas administrativas que quizás sean necesarias, pero se pierde cierto romanticismo y pintoresquismo.

Hace unos meses nos llamó por teléfono. Soltó incoherencias y parecía en ebrio, probablemente los efectos de las medicinas. A nuestra pregunta si le había pasado algo, solamente respondió que había tenido mejores momentos en su vida. Que esta llamada era su despedida de nosotros nos realizamos unas semanas después, cuando leímos en el Diario de León la esquela de defunción. El Gran Alcalde ha volado.

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