jueves, 13 de octubre de 2016

Turbulencia en El Pajariel

Los últimos años parece que el verano se extiende hasta mitad de octubre. El fin de semana pasado había un tiempo maravilloso. El solito brillaba alegremente sin causar el calor insoportable que sufrimos este verano. Todo esto, desde luego, invitaba a hacer actividades afuera. Los sábados la mañana es tradicionalmente reservada para el mercado, una terraza y cocinar ampliamente. Por la tarde cogí mi bici y para hacer una ruta cerca de Ponferrada en la cual hice esta foto.

Estamos mirando desde El Pajariel, la cresta que se estira desde los Montes Aquilianos hasta Ponferrada, en la dirección suroeste. Abajo vemos justamente unas casas del pueblo Toral de Merayo. No había nada de viento; el silencio era absoluto. Olía a hierbas de la montaña y pinos.

La mañana de domingo gritaba por más actividades afuera. Esta vez fui a pie. Mi idea era correr en dirección de Toral de Merayo hasta llegar a un caminito hacia arriba, demasiado pendiente para correr, para ir a la cima de El Pajariel. En los domingos suele haber más gente en El Pajariel, sobre todo cuando hace sol. Por todos lados se veía paseantes, ciclistas, corredores, padres con niños; casi había un ambiente de un camping. Este sentimiento de verano desapareció cuando fui en dirección de Toral. Mi caminito hacia arriba estaba cerrado con una cinta en la cual colgaba un dibujo de un jabalí. También todos los otros caminos hacia arriba o hacia abajo estaban cerrados. En cada esquina del camino había un coche aparcado. Sonaban ladridos de perros, gritos humanos y tiros. Oí a un jabalí chillar por miedo o dolor. En este momento odié a la caza.

Normalmente no soy tan fanático en este asunto. Cuando veo en el menú de un restaurante jabalí o ciervo, a veces lo pido, porque es evidentemente carne de un animal que no había sido torturado toda su vida para crecer tan rápidamente como posible, como normalmente es el caso. Aquí en El Bierzo, tal vez en toda España rural, la caza parece ser parte de la vida. Hace unos años, cuando visité a un paciente en el hospital, un familiar de otro paciente pasó orgullosamente una foto que mostraba a él mismo y unos amigos en frente de al menos veinte jabalís muertos en el suelo. ‘¿Qué vais a hacer con tanta carne?’ pregunté, a lo que me miró desconfiado. ‘Otro ecologista de la ciudad,’ parecía pensar, mientras en realidad yo solamente tenía curiosidad sincera.

En España no se esconde tanto la muerta, por lo menos cuando se trata de la muerte de un animal. No solamente se hace a veces una fiesta de la muerte de un toro (aunque no aquí en El Bierzo), también la matanza de un cerdo es una tradición festiva. Un estudiante mío me contó que como niño de unos 6 años ya tenía que asistir a una matanza en la cual pintaban su cara con la sangre del cerdo recién matado. Todavía su voz sonaba un poco traumatizado.

Mientras estuve este domingo corriendo sobre el único camino que no estaba cerrado, continué fastidiado. ¿Será todo eso legal? ¿Se puede así cerrar toda una cresta tan cerca de una ciudad? ¿Y por qué lo hacen un domingo por la mañana, cuando todo el mundo quiere disfrutar de la naturaleza? ¿Por qué no un lunes lluvioso? ¡Qué contradicción, todos estos niños aprendiendo ir con MTB mientras por todos lados hay hombres feroces con fusiles! ¡Mírales, esperando hasta los perros llevan los jabalís hasta muy cerca! ¿Esto debe ser deporte?

Entonces decidí dar la vuelta. El día era demasiado agradable para más disgustos. Ya era la hora de un aperitivo en una terraza.

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