sábado, 24 de noviembre de 2018

Una excursión hacia las minas

Es domingo 18 de noviembre. El otoño ha pintado los árboles en las cuestas rojo, amarillo y marrón. Más allá, una ligera bruma cubre los picos de Los Ancares, la montaña que está en el noroeste de El Bierzo. Abajo de nosotros se extiende el pueblo de Fabero. Muchos tejados iguales de las viviendas mineras. Nos llaman. Empieza la visita guiada.

Nuestra guía Paula nos da la bienvenida. Ella proviene de una de las familias mineras de Fabero. Como tantos otros jóvenes se fue a la ciudad, estudió, y ahora está temporalmente de vuelta para este trabajo como guía en el Pozo Julia, la mina de carbón que durante tanto tiempo daba empleo e ingresos al pueblo, pero que se cerró hace unos años. Ahora este lugar en las afueras del pueblo se ha convertido un museo.

Nos cuenta lo que ya habíamos leído en los medios locales. El viernes pasado era un día especial para El Bierzo, cuando por última vez mineros bajaron en una mina de carbón. Así se ha terminado esta actividad que en los últimos cien años había sido tan importante para la comarca. En los años cincuenta Ponferrada llevaba el apodo La Ciudad del Dólar. Aparentemente, el dinero corría abundantemente y fue utilizado para modernizar la ciudad. En muchos pueblos bercianos casi toda la población dependía económicamente del carbón. Pero nada es para siempre. Lentamente la minería se hundía. Todavía hay carbón y antracita en el suelo, pero es demasiado caro explotarlo sin subsidios. Una por una las minas cerraban.

Paula nos muestra donde los mineros colgaban su ropa, donde recogían sus lámparas y dónde se lavaban. La diferencia entre las clases se muestra: duchas primitivas para los mineros y bañeras para los directores. Después entramos en una reproducción de la mina. La mina misma ya es demasiado peligrosa para bajar. Nos da una impresión como debe haber sido trabajar allí, también por los videos que muestran. Vemos a mineros que sin ninguna protección despedazan la piedra. En los nichos al lado de la mina central los mineros lo hacían echados al suelo. Por cierto, un trabajo muy desagradable.  Incluso si las minas todavía fueran rentables, los robots deberían hacer este trabajo. Me doy cuenta de que sería el puesto de trabajo ideal para algunos de mis alumnos adolescentes: todo el día en frente de una pantalla teleguiando un superheroe que pica carbón de la mina. Es mejor que matar monstruos y extraterrestres, como suelen hacer.

Después de la visita vamos al restaurante Casa Dolores en el pueblo de Lillo al lado de Fabero. Hablamos de como se podría estimular el empleo en El Bierzo. Ana me informa sobre el plan de recuperar un tren entre Ponferrada y Villablina por la cuenca de El Sil, donde hay muchos pueblos mineros. Esto podría ser un paquete turístico interesante con una combinación de patrimonio industrial y naturaleza pura. Pues, justamente en el norte de El Bierzo es donde andan los lobos y los osos por la montaña.

Pero hace falta más. Hasta ahora no siempre han utilizado los subsidios para crear empleo de manera adecuada. Por ejemplo, ahora algunos pueblos tienen pabellones grandes de deporte sin que haya niños para aprovecharse de estas instalaciones. Algunas empresas que venían ya se han ido. De pronto vuelvo en mi papel de profesor de economía, la profesión que solía tener en Holanda, y explico: ‘No se debe atraer empresas solamente con subsidios, porque dependerán de estos ingresos extras. Lo que un estado puede hacer es, por ejemplo, descentralizar institutos oficiales desde Madrid hacia regiones con menos empleo.’

Cuento sobre la provincia Limburg en el sur de Holanda, donde cerraban las minas en los años setenta, lo que provocó muchos problemas sociales. El desplazamiento de una parte de La Hacienda Nacional de Holanda a esta región compensó al menos un poco la pérdida de la actividad económica. Estamos de acuerdo de que no sería mal idea. La Hacienda Pública Nacional en El Bierzo, imagínate, qué impulso económico sería. Pues, todos los funcionarios comprarían casas, harían compras, enviarían sus hijos a actividades extraescolares, visitarían atracciones turísticas y comerían en restaurantes como aquí en La Casa Dolores. Interrumpimos nuestra conversación porque la camarera trae el primer plato: Alubias con almejas. ¡Qué buenas!

La reproducción de la mina en Pozo Julia
(foto: Ana Fernández Marqués)

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